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Los Vinos Perfectos y Otros Terrores

vino con defectos
Hay vinos que brillan por su precisión: fruta en su punto, madera medida, acidez controlada, taninos educadísimos… todo en su lugar. Tan bien hechos, que uno ya sabe a qué van a oler y a qué van a saber desde antes de abrir la botella. El equivalente vinícola de una fotocopia bien tomada.Y ahí están nuestros enólogos —profesionales brillantes, formados, dedicados— que durante años han perfeccionado el arte de hacer vinos “correctos”. Vinos que nunca se salen de la fila, que ganan medallas, que aparecen en rankings y que no incomodan a nadie. Pero claro… tampoco sorprenden a nadie.Entonces aparece un vino distinto. Uno que huele raro. ¿Será reducción? ¿Volátil? ¿Oxidación leve? ¿Brett? ¿Todo lo anterior en una sola copa? Un vino con personalidad, de esos que no pasaron por comité de aprobación ni por terapia de control. Un vino que no busca ser perfecto, sino expresarse.Y ahí empieza la incomodidad. El enólogo serio levanta una ceja. Frunce el ceño. Suspira. “Esto no pasa los parámetros”. Pero algo en la copa no lo deja ir. Porque más allá del juicio técnico, hay algo que lo atrapa: un relato, un gesto honesto, una historia sin pulir.Porque a veces —solo a veces— el vino más interesante es el que no pasó por todos los filtros. Ese que, con todos sus defectos, dice algo distinto. Algo vivo. Algo que no se encuentra en la ficha técnica, pero que se siente en el primer sorbo.

Y no, no estamos proponiendo un culto a la descomposición ni sugiriendo que la Volátil reemplaza al terroir. Solo decimos que, tal como en la vida, hay belleza en lo que no es perfecto. Y a veces, un poco de caos con intención puede ser más revelador que otro Syrah impecable sin alma.

Salud por los vinos que se equivocan con estilo.

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