Ignacio Vargas Crossley

Cuando hablé con la flaca, esa fue su última frase antes de colgar y prometer una visita a mi casa. Me encanta ella, es sexy y decidida. La imaginé en la tienda donde solemos buscar esos vinos que nos seducen tanto, hurgando seguramente entre los espumosos nuevos, de Biobío tal vez, de autor sin duda. Es raro referirse a “vinos de autor”, como si los vinos se hicieran solos, claro que hay un autor detrás, pero se impone su instinto, no el parámetro del mercado, y es lo que está pasando precisamente con la escena de los espumosos y vinos hoy en Chile.

Recuerdo cuando probamos el Brutall de Lucía Torres -a quien le gusta que le digan “señorita”-, y vaya. No es fácil deslumbrar al socio y jefe de sala del Celler Can Roca, Josep Roca, y con una producción de apenas 800 botellas de su pequeña viña Mirador del Valle en la comuna de Ránquil. Emoción al probarlo es lo que sentimos con la flaca, que de verdad alucina con un buen espumoso. No hasta hace mucho el espumoso, o champaña como se conocía en Chile antes de suscribir el acuerdo con la Comunidad Europea, era solo cosa celebraciones.

Mirábamos con cierta admiración a los argentinos, hasta unos 10 años atrás, que incluso comían con espumosos, cosa bastante poco frecuente por estas costas. Hoy la enorme variedad de estilos, orígenes y cepas de nuestros espumosos sorprende, vaya que sí. Productores y enólogos en una complicidad total juegan sus cartas personales por poner cada día mejores y sorprendentes espumosos en nuestras copas.

La flaca siempre ha sido muy cómplice en nuestros pequeños ritos y juegos en los que casi siempre hay alguna botella de por medio. Le gusta tener el control cuando elije ella lo que probaremos más tarde, a mí eso me mata también. Hoy las mujeres deciden, piden el vino pensando en qué van a comer, lo que antes era menester de “conocedores” casi siempre masculinos. Me gusta el gusto de la flaca, suele ser muy teatral en sus puestas en escena, particularmente cuando encuentra algo que no ha probado, pero que hacía tiempo que andaba buscando.

Mientras llega y me sorprende, preparé unas ostras de borde negro de Calbuco apanadas, recordando a las de ese boliche alegre y fuera de tiempo: Doce Cinco. Era una apuesta totalmente fuera de lugar por allá por el año 2000, considerando que era una champañería (literalmente) cuando muy poca gente en Chile la bebía, salvo que hayas ganado una carrera o hayas sido padre recién.

No tenía muy claro qué tipo de espumoso traería mi flaca, pero fue un flashback inevitable.

Siempre he creído que generar una atmósfera hace que un momento cualquiera deje de serlo, no sólo apostaba por las benditas ostras, sino que John Coltrane sonaba como si él hubiera invitado a la flaca esa tarde. Burbujas y Coltrane pueden ser una mezcla adictiva y sexy. Esos pequeños detalles que encienden la emoción de una conversación sin fin mientras nos dejamos seducir por esas pequeñas burbujas que surgen desde el pie de la copa, seguramente recordándonos el método tradicional con que fue hecho. Ese ligero aroma a masa cruda, a levaduras que nos recuerda a algún champagne.

Mientras pienso esto, suenan unos pasos que se acercan a mi puerta, ese sonido casi metálico de los tacones caminando descaradamente hacia mí. Pues tal cual, me encuentro a la flaca, bella, con dos copas en la mano y un desconocido y frío espumoso en la otra ¡No vas a creer lo que encontré! Eso era una invitación en sí misma a una larga conversación entre risas y burbujas.