Vinos surfistas en el Mes del Mar

Maximiliano Mills /@max.mills_writer
El mar chileno… ese que celebramos durante todo un mes durante mayo y que en el fondo del inconsciente colectivo chileno lo aborrecemos durante los otros once meses: es un mar frío, crudo y todavía ajeno. Gracias a la “Corriente de Humboldt” proveniente de la Antártica, es un mar poderoso y salvaje, debido a la sumatoria de fuerzas con vientos traídos por los temporales de invierno que soplan gracias a los “40 Bramadores y al viento Surazo nacido del “Anticiclón del Pacífico”. Tan poderoso es, que provoca ese fenómeno llamado “surgencia”, responsable de bajar la temperatura del mar desde 14°C hasta 9°C cuando despierta con intensidad durante la primavera-verano. Si alguien recorre los llamados pueblos costeros de Valparaíso al sur, todos fueron ubicados muy protegidos del viento Sur y resguardados de posibles Maretazos. Los que nacimos parados sobre este balcón frente al océano Pacífico —asumido o no— tenemos en nuestro ADN un destino geográfico ineludible… desde antiguos navegantes como los Kawésqar, los Yaganes y los Chonos.
En cada verano, siempre terminamos ingresando las patitas en el mar. O como mucho, lanzarnos un piquero debajo de una ola para sacarnos la transpiración después de una intensa sesión jugando paletas. Pero últimamente, en las recientes tres décadas gracias a la llegada del equipamiento técnico y al conocimiento adquirido para poder deslizarte en una ola o navegarla gracias al viento, se han prodigado y esparcido deportes como el Surf, el Windsurf y el Kitesurf. A pesar de toda esta tradición geográfica junto al mar, hasta hace cuatro años no había surgido ningún vino que intentara identificarse con la surgiente cultura marina-costera de los chilenos.
El primer vino que conocí relacionado en el diseño de su etiqueta con el deslizamiento sobre una ola fue “Lobos del Surf” Syrah 2013/DO Cachapoal de la viña “Alto Las Leñas”. Lo encontré en la primera feria de vinos que realizó el “Café Vinilo” en Valparaíso, en marzo del año 2016. Su etiqueta muestra dos tablas y la foto de un surfista a punto de entubar bajo “Los Morros” de Punta de Lobos. Es armónica y atractiva, tiene colorido fuerte que llama la atención y es la que más me gusta. Los que lanzaron este vino me contaron que los viñedos están en el camino entre Pichilemu y Peralillo y solo sacaron una añada pues no la he vuelto a ver (conservo esta botella y su etiqueta como un tesoro). Ha sido un mortificante error no haber comprado dos o tres botellas en ese hoy distante marzo de 2016.
Tuvieron que transcurrir cuatro años hasta encontrar —después de haber practicado surf durante justo 35 años— este vino “La Puntilla”, Sauvignon Blanc 2020 de vinos “Cuatro Almas”. Viendo su etiqueta la primera impresión fue ¡Al fin hay una etiqueta que refleja y que interpreta al surfista en Chile! Pero después de una segunda mirada (o decepción) me voy fijando en la inmensa chambonada de su etiqueta. Imagino que este nombre es en honor a “La Puntilla de Pichilemu” la que hasta hoy es una postal que le acelera el corazón a cualquier surfista cuando va llegando entre las lomas que anteceden la llegada al pueblo. Y con esa vista panorámica de ensueño La Puntilla todavía es considerada la ola más larga conocida en Chile. Pero la etiqueta obviamente fue concebida por alguien que no tiene ninguna conexión con el surf o los deportes náuticos. Y dudo que haya estado alguna vez en su vida visitando Pichilemu.
La mayoría de las olas de buena calidad en Chile son puntas, lo que se llama una punta es una extensión de tierra que se interna en el mar y la ola que entra puede quebrar y deslizarse hacia la derecha si el espectador está en la playa, pero el surfista en realidad la corre hacia su izquierda. Pueden haber puntas izquierdas o puntas derechas. En Chile más del 74% de las olas surfeables son puntas izquierdas y “La Puntilla” de Pichilemu es punta izquierda y la ola más larga de Chile ¿Dónde está el error de diseño? Supongo que la imagen en la botella pretende ser un homenaje y muestra una ola que es derecha y un surfista corriendo de frente una ola derecha. Si todavía utilizaramos diapositivas podría pensar que algún distraído diseñador gráfico la puso al revés, pero no. Y esto es lo que ocurre cuando se ahorra dinero en contratar una agencia de diseño profesional, con imaginación y trayectoria.
Pensaba que esto era el único impacto que iba a sufrir con estos intentos de crear “vino para surfistas”, pero hace tres semanas me entero que en el restorán “Squella” se esta vendiendo otro vino para surfistas: un Mouverdre rosado del valle del Maule de nombre “Caída Libre”. La etiqueta es la foto de un surfista sentado en su tabla, ambigua en definir si esta amaneciendo o atardeciendo. Es bastante mejor que la etiqueta de “La Puntilla” pero donde si terminan con su atractivo es incrustando la frase “Wine for Adventurers” (vino para aventureros). Créame señores; ningún surfista, ningún windsurfista, ningún kitesurfista, ningún buzo o velerista se animaría a sentirse identificado para comprar este vino.
Salvo dos etiquetas “JCV” (Charlie Villard) de añada única 2017 con fotografías de olas chilenas, sigue existiendo la inmensa deuda del vino chileno con los habitantes de su extensa costa. Es lamentable porque Chile y sus habitantes siempre están hambrientos de identidad y por eso se integran tan fácilmente a cualquier novedosa tribu que aparezca. Pero los actuales aquaplanistas del Pacífico Sur Oriental del Planeta Agua seguimos sin un vino cuya imagen nos identifique —hay también una cerveza “Buchu” (pureu) fermentada en Olmué pero se quedo en la intención— ni una visión en nuestra cabeza que nos haga salivar cuando nos hemos bajado de la última ola del día.
Pero aunque “Caleta de Wines” no tiene aún vinos con etiquetas-surfistas si tiene un fantástico portofolio con vinos blancos de diferentes cepas que serán un grandioso maridaje comiendo Pejerrey, Corvina, Ostiones, Lenguado o Cholgas en su concha cocinados sobre el fuego de esa fogata en la playa, al atardecer, después de una excelente sesión de olas danzando en la corriente de Humboldt. Un Gewurtztraminer de “Alta Cima”, un Riesling de “Sierras de Bellavista” o un Chardonnay de “Hacienda San Juan” te ayudaran a disfrutar de un inolvidable maridaje-costero-marino… hasta que un maremoto despabile e inspire a los diseñadores creativos de etiquetas en Santiago de Chile.
¿Existe una etiqueta marina conceptual intermedia? Sí. Fue concebida en la región del Bío-Bío por el enólogo Roberto Henríquez y en una sola foto captura toda nuestra idiosincracia costera. El vino se llama “A La Mar” y es un Corinto delicioso que te hará creer en la existencia de Poseidón.