Por Ignacio Vargas Crossley

Hace unos días la Flaca me llama y me desafía a arrancarnos por ahí; que pasaría por mi y partimos. Antes ya habíamos ido por pertrechos de guerra: entiéndase vinos, destilados, quesos, charcutería y otros de difícil detalle.
Siempre nos ha matado eso de ir por la carretera, con la música sonando fuerte y las risas, al mismo volumen. Eso de ir apurado a ninguna parte me recuerda a eso kiltros porteños que van por la vida muy apurados quién sabe dónde. La cosa es que esta vez enfilamos al Norte. Primera parada: unas empanadas en Huentelauquén, a estas alturas de mi vida un rito impostergable. Acompañado del clásico jugo de papaya heladito, estaba en mi medio, con la Flaca y sin más panorama que estar con la flaca; genial.

La Flaca, siempre muy aguda en materia de hacer que un momento cualquiera se transforme en uno memorable, había armado unas playlists simplemente geniales. Cantaba con la lágrima en la garganta el Zalo, como si se fuera a acabar el amor en la próxima curva. Lo siguieron Los Ángeles Negros, y la sicodelia llorona del Germain de la Fuente. Éramos literalmente el punga-móvil camino a algún placer inconfesable.
Siempre he tenido grandes historias camino al algún lugar; es como cuando el camino supera al destino, o cuando ir es mejor que llegar. Cuando el Buddy gritaba a todo chancho sus mentiras nos encontramos con una playita seductora, que nos guiñaba el ojo, justo en esa hora donde el día cambia de color; la hora de la oración en el campo.
Era hora de parar y abrir los fuegos. Partimos trozando una selección de quesos: manchego y unos maduros de cabra loca que acompañaríamos con unas delgadísimas lonchas de mortadela di Bologna, con trocitos de pistachos. A estas alturas de la tarde era la Palmenia quien se quejaba de un Cariño Malo, mientras la flaca descorchaba un Sauvignon Blanc de Catrala, 2017.
Habrá algo mejor que una playlist picadora de cebolla, buenos vinos, una puesta de sol de infarto y la flaca, que es sugerente en sí misma. Estaba en éxtasis. La vida debe ser vivida por momentos como éstos, por compañías como ésta. La Flaca me seduce incluso cuando cree que no lo hace; es de esas personas con la que adoras reírte hasta que te duela la guata.
Un día cualquiera de la semana -hábil por donde se lo mire-, es una aventura sin el más mínimo asomo de culpa, y vaya qué aventura. La cadencia de la tarde hizo coro con La Novia de Antonio Prieto, que iba blanca y radiante como si usara OMO.

La temperatura que no bajaba aún y el par de copas de Catrala nos animaron a meternos al agua y jugar como cabros chicos. Reconozco que esas escenas cursis donde la pareja se tira al agua y se persigue con oscuras intenciones me crispan, pero ahí estaba yo, persiguiendo a la Flaca y tirándonos agua. En una escena por demás cursi, a la que si le sumas a la Gloria Simonetti cantando qué sé yo qué cosa, era como nadar en una piscina de leche condensada.
El Hacedor de Mundos Cabernet Franc de Gillmore del 2015 nos pilló con las manos y las ganas ocupadas, y me recordó al viaje al corazón del Maule que hicimos con la flaca. Los Jaivas nos elevaban con la colosal Conquistada, como parafraseando el momento.

Pienso que la vida es un viaje si la vives en plenitud, con la gente que quieres y acompañado de la banda sonora de tu vida. Sigue sonando esta música cómplice, mientras nosotros nos recorremos como si estuviéramos recién conociéndonos.
Salud y buen viaje.