Por Ignacio Vargas Crossley

La Flaca, que venía llegando de comprar vinos, me queda mirando con las manos en la cadera y alegando a viva voz: “me tienen chata con esa weá de los puntos en los vinos, ¡¡¡¡a quién cresta le importa cuántos puntos tiene un vinoooo!!!!”
¡Esa onda! Sonó como un piano cayendo del décimo piso. Esta reacción viene a que me llamó desde la tienda de vinos que hay por aquí cerca, todo porque no alcancé a pedir vinos a los cabros de Caleta. La cosa es que me preguntó cuál vino me tincaba, entre tal y cual. Yo, diligentemente, le respondí que me tincaba más uno porque había leído en la guía del Pato Tapia que tenía como 94 puntos, y dado que costaba 9 lucas, era carta segura.

“Te pregunté cuál te tinca, no su ficha técnica, latero”, fue su respuesta. Tenía razón, pues de seguro que también debe haber algo de política tras estas definiciones. Vamos por puntos —a propósito—. El ranking de un jugador de tenis lo consigue ganándole a otros jugadores, por lo tanto la frase de “y voh a quién le hay ganao” ahí procede con largueza. Pero en la asignación de puntos a un vino, en la que inciden un montón de aspectos externos a él, como por ejemplo si por alguna razón personal o doméstica anda de malas el crítico, o con algún problema existencial que afecte su bienestar (que no es otra cosa que estar bien).
Porque cuando se le agrega métrica o una convención de criterios a tales o cuales características de una cepa o mezcla, siempre tiene injerencia el factor inmensamente personal. Hay ciertos paradigmas que se imponen, o más bien la industria los impone, y no quiero ponerme punkie ni outsider, sino que hoy hay tanto productor o enólogo haciendo vinos a la pinta de ellos que las convenciones van a empezar a quedar cada día más obsoletas..,

Vamos a lo empírico. Recuerdo un montón de vinos que se transformaron en parte del guión de mi vida por el solo hecho de haberlos tomado en un momento alucinante. Con la Flaca tengo como 25 de esos. Algunos de ellos pueden ser incluso técnicamente incorrectos de acuerdo a la tipología de la cepa, o sea, no le han ganado a nadie. Pero para nosotros son vinos adorables, inolvidables. Muchas veces los hemos repetido casi por cábala, a ver si terminamos como aquel día, despeinados y jadeantes.

A lo que voy con todo esto, es que hay un grupo muy importante de vinos nuevos, que son legítimamente outsiders. Hechos desde otro lugar, desde el corazón, el amor y la pasión sin límites, desde ese lugar donde se rompen convenciones; créanme. Si pensamos en lo joven que geográficamente es Chile, un país donde aún hay valles donde recién se están plantando vides, lo que supone nuevos estilos, nuevas creencias y distancias cada vez más grandes de las tradicionales convenciones.
Muchos de estos nuevos productores no están ni ahí con ser parte de tal o cual Guía de Vinos, o si tiene 80 ó 100 puntos. No los descalifica, ni tampoco los desclasifica. Muchos de ellos nacieron desclasados y se les agradece infinitamente que hayan tenido las pelotas de ser distintos, únicos e inolvidables.
Para terminar con mi reflexión: el mejor vino del mundo, es el que más te gusta. Corta. Ahora los dejo, volvemos a la cábala con la Flaca, veremos cómo termina; de ahí les cuento.
Salud!