Por Ignacio Vargas Crossley

Y bueno, sí: he sido algo díscolo en esto de escribir sistemáticamente sobre placeres confesables. Mis amigos de Caleta de Wines han tenido una paciencia infinita, mientras, los lindos, andábamos literalmente en el bon vivant. Para los que no sepan qué es un bon vivant, cito literal a Google:

“Hombre que se dedica a disfrutar los placeres de la vida, especialmente la comida y bebida, así como las actividades de ocio y sociedad”.

Es bien machista la definición, pues ni contempla la posibilidad de que sea una mujer quien ostente ese estilo de vida; por cierto, conozco a varias bon vivant, y vaya que son tremendas en ello. Los vividores y vividoras han sido históricamente señalados como frívolos, superficiales y varios otros epítetos que hablan desde el mismo lugar.

Lo cierto es que con la Flaca armamos una “ley corta”, o agenda propia: vivamos una semana entera dedicándonos a vivir, gozar, amar y sentir. Mira tú. Al principio pensamos en ir al súper, a la tienda de vinos, de charcutería, a una quesería o hasta a la feria; ¡jo’er, que no es nada fácil organizar una semana para hedonistas!.

Aquí va cómo lo hicimos. O más bien, cómo lo hizo la Flaca. La cosa es que cuando comenzamos a planificar, teníamos por delante la obligación de sistematizar lo que ocurriera esa semana. Ella sugirió que comenzáramos por hacer una lista diaria de las proteínas que comeríamos desde el desayuno, pasando por el picoteo, el almuerzo, once (o té) y comida, con su previa incluida. De ahí, a buscarle carbohidratos ‒simples o complejos ‒, y salsas para cada plato o picoteo. Y luego, el vino para cada evento.

Habíamos planificado diariamente un desayuno, un brunch (por si el anterior fue muy temprano), previa del almuerzo, el almuerzo mismo, la once, o la playera “once comida”. Seis comidas diarias en siete días, resultaba en cuarenta y dos comidas que planificar. Todas y cada una estaban cubiertas y consideraban evidentemente repeticiones, particularmente de vinos y tragos.

Como soy amante de la estadística, los vinos eran cuatro diarios, ‒la cantidad se explica por la variedad de preparaciones a combinar‒. Eso daba cerca de treinta botellas que también había que elegir, y eso fue lo más divertido, porque venía acompañado de montones de historias geniales de por qué sugeríamos tal o cual vino. Ese día nos reímos tanto al contar las historias de cuando probamos esos vinos; y también de cómo nos acordábamos de cada uno de ellos con precisión suiza. Qué loco es que recuerdes perfecto esos vinos que probaste hace tanto.

Hace unas semanas hicimos una cata con los guapos de Caleta de Wines; alucina realmente ver la precisión en la descripción de cada vino. Debe ser una de las cosas que más me gusta hacer: juntarme con amigos a probar vinos, hablar de ellos, contar historias inverosímiles y vibrar con cada una de ellas.

Volviendo a la Flaca: partimos con un desayuno y así se fueron sucediendo cada uno de esos tiempos de vivir, comer y sentir. El mensaje de esta nota es que la vida está ahí: búscate a alguien que te venda vinos con historias, cuentos y aventuras épicas, el resto, te aseguro, vendrá solito. Y por supuesto, haz de tu compañero o compañera bon vivant la mejor excusa para vivir esta vida en complicidad con lo que te gusta. Lo que es yo, estoy en esa, siempre con los Caleta de Wines que cuentan caleta de historias.