Por Ignacio Vargas Crossley

Sin ánimo de hacer una apología en contra o a favor de las benditas vacunas, y a pesar de que uno está acostumbrado a las sobredosis de algo (idealmente algo que guste), la tercera dosis del cóctel ideado por los creadores del Viagra –léase Laboratorio Pfizer–, me pegó como un pésimo whisky: de las peores cañas imaginables. Y dado que el pase de movilidad se ha transformado en un rompe filas a la hora de entrar a cualquier lugar con aforos controlados, lo de la vacuna es sin llorar.

Cuento corto, un par de pastillas y a la cama. Y ahí aparece adivinen quién: ¡la Flaca!. Me mira con cara de Florence Nightingale y me dice con una complicidad brutal: yo te cuido. Sentí esas palabras a lo lejos; yo ya iba camino al cielo, o al infierno, –como fuera, iba a ser interesante–. La cosa es que me tuvo un par de días sintiéndome harto mal, así que la Flaca metió la mano al sombrero y cual maga de placeres confesables (y otros no tanto) armó un menú inocuo, que según ella, me haría muy bien. No lo dudé un solo instante.

Dado que caí un poco antes del almuerzo, preparó un menú de varios platos y brebajes para ser más feliz. Literalmente, comer para segregar hormonas de la felicidad; la serotonina también se conoce como el neurotransmisor feliz. El boniato es intenso y vibrante en color y sabor; esto, junto a cubos de salmón, se tradujo en un plato al horno con un toque medio dulzón que engañaba perfectamente al cerebro (dado que esperaba otra cosa). El acompañamiento: un puré de zanahorias y coliflor.
A estas alturas yo era pura entrega. Me dejaba querer haciéndome el punga, y hasta me atreví con una copa de vino, que en serio fue una, de un Pinotel de Bodegas RE, mezcla deliciosa de Pinot Noir y Moscatel Rosado, ambos vinificados como vinos blancos.

La cosa terminó con un postre en base a plátanos parecido a un helado cremoso, con una suave crema de Nutella. Ya estaba a 2 minutos de convertirme en otra persona. Comer rico, lindo y pensado con amor es una fuente inagotable de felicidad total, y la Flaca sabe de eso. En la tarde/noche, onda once/comida playera preparó un mero en mantequilla con una ligera y sorprendente salsa de cerezas y queso crema y algún licor que recordaba a un destilado de mosqueta. Realmente llevó la felicidad a otra dimensión con tanta provocación a la serotonina y las endorfinas. Esta vez las copitas, que fueron tres y que mostraron claros indicios de recuperación, corrieron por cuenta de William Fevre con el súper frutal y jugoso Pinot Noir Little Quino del Valle del Malleco Sur.

Mientras pensaba en mi infinita suerte, en lo que estaba comiendo y bebiendo, y quién me lo había preparado, no pude no acordarme de Jeong Kwan, la monja budista que predica que se puede salvar el planeta desde la comida (véanla en Chef’s Table, de Netflix). Esta mujer maravillosa e inspiradora cocinaba para los monjes del Monasterio de Baekyangsa, y cuidaba de preparar alimentos que permitieran meditar de mejor forma a dichos monjes. Mi Flaca hizo eso este día y medio: sanar el ánimo y el espíritu, regalándome alegría y placer a través de su comida y amor.

Pienso en cómo podrían cambiar los menús de hospitales, generando enormes emociones buenas y que hagan vibrar a los pacientes más alto que sus propias aflicciones. Me di cuenta que si estás flaqueando, ojalá te toque a tu lado alguien como la Flaca.
Salud.