Ignacio Vargas Crossley

A la flaca le encanta dormir en hoteles y a mí dormir con ella. Y es que una escapada romántica a un hotel puede ser una de las cosas que más nos gustan. Solemos buscar hoteles boutique o que tengan algún cuento, básicamente orientado a la calidad y a una experiencia diferente. Hay hoteles que tienen tremendas cocinas y eso la hace aún más vibrante y seductora. Recuerdo un poco antes de que comenzara esta maldita pandemia, y luego de haber invitado al propietario del maravilloso Hotel Verso en el Cerro Florida en Valparaíso Santi Pardo a conversar a La Sandía Calá.

Ya habíamos hecho varios programas de radio juntos. Un par de veces, desde la terraza del hotel en vivo. Hablamos de rock, cocina y la vida como debe ser vivida y gozada. Es un gozador de fuste este madrileño que ha tenido las buenas vibras para armar una de las mejores cocinas del puerto. Lo de Verso uno intuye que viene por varias provocaciones, de hecho, está casi al frente de La Sebastiana, la casa de Neruda en Valpo. Pero va más allá: cada habitación hace referencia a un poeta, arriba de la cama, un poema de cada uno. Con la flaca elegimos la de Pablo Rokha, era que no. Poesía, comida y placeres infinitos.

Compartimos la cena, disfrutamos esa cocina gigante, nos reímos fuerte y nos miramos mucho. Probamos el Costero Sauvignon Blanc de Koyle, que es de nuestros vinos favoritos. Era un lunes o martes, a esa hora en la noche, estábamos casi solos, era casi hora de cierre del restorán del hotel. Aún así nos atendieron magníficamente. Un servicio atento, conocedor y empático; un lujo. En la terraza con una vista impresionante del puerto en casi 360°, hay dos Hot Tub, eso como jacuzzis de madera calefaccionados. Santi nos había recomendado bañarnos antes de cenar, a nosotros nos apeteció hacerlo después.

UF, espectacular. Una noche colosal, terminada de forma extraordinaria.

Bebíamos el Estelado de Miguel Torres, el delicioso Espumante Rosé de cepa País, en donde nuevamente la bodega española insigne en Chile marca la pauta hace ya varios años al poner a nuestra querida y centenaria uva País a un nivel estelar. Nos llegaba una música escapada de otra noche romántica cerca de nosotros. De alguna casa vecina se dejaban escuchar unos boleros que parafraseaban a viva voz en medio de la noche porteña. En el mismísimo barrio de Pablo Neruda, de las pocas callecitas porteñas con árboles en las veredas y justo al frente de la Plaza Mena se escuchaba a la Palmenia, que me recordó el querido Cariño Malo de la Ritta Lara, otra capilla ardiente de la cocina de cerro y puerto.

Era una noche perfecta, capaz de hacer desaparecer a la rutina más tediosa. Arrancarse a un hotelito bien elegido, que esté en un barrio entretenido, y que prepare ricos desayunos, hoy la mayoría servidos en la habitación para evitar contacto entre sus pasajeros, es un panorama perfecto, romántico y cómplice. Nos cambia la semana y su emoción. Le pone sazón a la vida.

Dormir en hoteles es algo que simplemente me narcotiza. Dejarse atender y querer es delicioso. Compartir el desayuno con la flaca es otra cosa que me derrite y todos, al menos cada cierto tiempo, deberíamos escaparnos en pareja a celebrar la vida. Hoy, que tenemos que vibrar más alto que este bicho que nos robó las trasnochadas y los escapes sin aduanas, atrevámonos a escaparnos de a dos, con la flaca nos falta tiempo. Ganas sobran.