Por Karen Alfaro

Para muchos, los postres son una debilidad; aunque si incluyen algún licor o destilado, la perdición ya es total. Diría que es casi una ‘experiencia religiosa’ como reza la canción. Los dulceros me van a entender.

Amaretto, crema de whisky, vino, ron, licor de avellanas, brandy o coñac de naranja ácida se cuentan entre los ingredientes de un extenso listado de preparaciones de repostería, tanto en la cocina chilena como en las clásicas del mundo. Y cómo no, si ese sutil chorrito, cucharadas soperas o flambeado eleva cualquier platillo a otro nivel: un espectáculo para los sentidos.

Y es que el licor, al no evaporarse por completo (según dicen los expertos), potencia los sabores, concentra los aromas y las esencias. Además, otorga una particular frescura y expande el sabor de los alimentos durante el proceso de horneado. Es, sin duda, un favorito de los chefs y para los “en vías de”.

Y ojo: no es necesario ser un buen catador para distinguir y disfrutar de esta experiencia. Digo esto porque la mayoría crecimos con la tradicional torta cumpleañera de bizcocho húmedo hecha por las abuelitas o las tías dulceras. Qué decir de las peras borrachas o al vino tinto, un clásico del recetario chileno; y del turrón de vino, tan esperado en fiestas patrias y almuerzos familiares. Pura delicia y nostalgia.

Si hablamos de mis favoritos, los bombones rellenos con guindas o cerezas al coñac es uno de ellos, sobre todo luego de refrigerarlos. Una explosión de sabor, pues el chocolate siempre ha ido muy bien con las frutas en licor. Pero si de placer culpable se trata, mi perdición y número uno es el tiramisú.

Este cremoso, frío e irresistible postre, símbolo del país de la bota, con los años se ha ganado el corazón de las pastelerías y restaurantes chilenos. Además de ser un deleite y levantar el ánimo –como expresa su nombre–, es un postre muy fácil de preparar. En cada capa contrastan el café, el amaretto, las galletas dulces y la crema montada o mascarpone. Una danza de texturas y sabores que, aunque pruebe mil veces y en sus distintas variaciones, siempre seguirá siendo, para mí, el primero. La bebida ideal para acompañarlo, se dice, es un buen vino blanco.

Si consideramos las tendencias actuales, hay una gran variedad de heladerías artesanales en el país que se han inspirado en tragos típicos como el popular pisco sour, el melón con vino o el cola de mono. Una versión más apta para los adultos, que a lo largo de los años ha tenido una buena aceptación.

La imaginación no tiene límites y los sabores de la coctelería tampoco. Siempre hay un momento para endulzar la vida, compartir con los amigos y disfrutar de lo simple con la familia. Y ese momento, según mi experiencia, se disfruta aún más cuando llega a la mesa un postre “con trago”.